El café acompaña a la humanidad desde hace siglos, ya sea en reuniones sociales, en jornadas de trabajo o como una rutina para empezar el día. Su popularidad no se debe únicamente a su aroma y sabor, sino también a sus beneficios potenciales para la salud, ampliamente estudiados en la última década.
El rasgo más característico del café es su capacidad para mantenernos despiertos. Este efecto se debe a la cafeína, una molécula que actúa como antagonista de los receptores de adenosina en el sistema nervioso central. La adenosina es una sustancia que, de manera natural, induce la sensación de cansancio y favorece el sueño. Al bloquear su acción, la cafeína retrasa la aparición de la fatiga y promueve el estado de alerta.
Diversas investigaciones han señalado que el consumo moderado de café se asocia con un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, una mejor salud metabólica e incluso una reducción en la incidencia de determinados tipos de cáncer. Buena parte de estos efectos se explican por su alto contenido en compuestos antioxidantes, capaces de neutralizar los radicales libres y reducir el estrés oxidativo, uno de los procesos biológicos que acelera el envejecimiento celular. Estos beneficios también se encuentran en el café descafeinado que es ampliamente utilizado por personas con hipertensión.
No obstante, no todo son ventajas. El consumo de café torrefacto o de mezcla puede conllevar riesgos adicionales debido a la presencia de azúcares caramelizados y sustancias derivadas del proceso de tostado intenso, que reducen la calidad de la bebida y pueden tener efectos nocivos para nuestra salud. Lo ideal es adquirir en el supermercado café natural y comprobar en su etiquetado que no posea ninguna proporción de café torrefacto. Por otro lado, el café no está exento de contraindicaciones: puede provocar ansiedad, alteraciones del sueño y, en personas sensibles, problemas digestivos. Tampoco debe olvidarse su potencial adictivo, ya que la cafeína genera dependencia en consumidores habituales.
En definitiva, el café puede ser un aliado para la salud cuando se consume de manera moderada y con preferencia por variedades naturales y de calidad. La clave, como siempre, está en el equilibrio: disfrutar de sus beneficios sin caer en los excesos.
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