El vacío que tanto duele

29 de Noviembre de 2022
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Un artículo de Guillermo Ortega, periodista.

Me entero de que ha fallecido Bernardo Martín y mi primera reacción, lógica, es quedarme de piedra. Pero muy pronto me asaltan los recuerdos, los impulsos que llegan a mi memoria y que se van multiplicando conforme pasan los minutos. Las decenas de llamadas telefónicas de antaño para que valorara tal o cual cosa, los saludos amistosos tras una victoria de nuestro Algeciras, las miradas de consuelo cuando perdía, los abrazos de alegría cuando tocó ascender, los de rabia y tristeza cuando salió cruz y bajamos.

No podría decir que Bernardo y yo fuimos amigos en el más estricto sentido de la palabra, pero creo que sí se creó entre nosotros una complicidad que para mí fue muy gratificante. Es lo que nos permitió licencias como que yo no publicara del tirón alguna declaración suya en caliente sobre tal o cual árbitro (“te llamo en una hora, Bernardo, y ya hablamos con más calma”) o que él se indignara ante la mera posibilidad de que mi primo Juanjo, algecireño residente en Sevilla, pasara por taquilla para pagar un partido del Algeciras en Écija. “Ni hablar, tu primo está invitado”, zanjó.

No puedo disociar a Bernardo de mi etapa en Europa Sur, ni a su recuerdo con el de compañeros entrañables que tuve en aquel periódico: Javier Navas, Carlos Pérez, Rubén Almagro, Antonio García, José Manuel Serrano, Manuel Quintero, Quino Lopez, David Cervera, David Lendínez, Francis Mena... Si me olvido de alguno, que por favor me perdone. Hace más de veinte años de todo eso, hace más de veinte años de demasiadas cosas, maldita sea.

Todos forman parte de mi vida y ahora me siento como una mandarina a la que le acaban de arrancar un par de gajos. Me da que a ellos también, estoy seguro de que estarán tristes, como lo estoy yo, porque cuando las personas que han significado algo en tu vida se marchan para siempre, te dejan ese vacío del que tanto se ha hablado pero del que, por mucho que se hable y se asimile, siempre duele.

Como les dolerá, seguro, a Diego Castañeda, a Juan Hidalgo, a Salvador Triano, a Domingo Garcia Campillo y a otros que compartieron labores de dirección en mi equipo de siempre. Y que es mi equipo lo digo con orgullo porque, aunque a veces criticara con dureza su juego, porque entendí que era mi deber profesional, siempre lo he llevado y lo llevaré en mi corazón. Creo que eso Bernardo lo entendió, o me siento mejor pensando que sí. Ya nada importa, de todos modos.

No sé qué decir en estos casos, no me sale hablar del más allá, de que en el paraíso se encontrará con éste y el otro, que hoy el Algeciras está más cerca del cielo, que pitos y flautas. Me limitaré a manifestar que lo siento, que lo siento mucho, que estoy compungido y que hasta se me han humedecido los ojos porque yo a Bernardo lo apreciaba un montón, y saber que nunca más podré hablar con él, del Algeciras o de lo que sea, cierra una puerta delante de mis narices. Es un portazo atronador.

No creo que él me escuche, pero que alguien sepa, por lo menos, que hoy brindaré por él. Con un gintonic, que era lo que le gustaba, o con una copa de coñac, que en Granada se ha metido el frío y apetece, pero en cualquier caso por un tipo hecho a sí mismo, sin formación pero con una inteligencia natural deslumbrante, trabajador, honesto, hospitalario, generoso y sincero. Mi mayor abrazo para los suyos, para su familia, que esos sí que le echarán de menos. Hasta siempre, Bernardo. Hasta siempre, presidente. Y gracias por todo.