Cuenta en “El tigre y la guitarra” David López Canales, como Yoichiro Yamada amaneció muerto en un banco de la Plaza de Oriente en Madrid en agosto de 2006. Este joven japonés había venido a España respondiendo a un impulso inevitable, un flechazo devastador que anuló todos sus planes previos, tras ver unos videos de nuestro paisano Paco de Lucía tocando la guitarra. El sueño de ser guitarrista acabó por quijotizar al fallido samurai, que acabó en la indigencia más solitaria sus días. Hoy, que también nos falta el maestro, podemos recordar esta trágica fascinación entre dos aguas, entre dos mundos, en las cuerdas doradas que pulsaban los dedos del genio como los hilos de oro del arte japonés de la reparación.
El Kintsugi se asenta en una idea sencilla. Los objetos, como las personas, recorren sus vidas acumulando fracturas, cicatrices. El valor de cada pieza, de cada ser humano, aumenta en función de las veces en que se ha sobrevivido al impacto devastador de los sucesos que les ha tocado experimentar. Según el método tradicional nipón, el proceso restaurativo culmina cuando se comparte, cuando se muestra al otro tras reconstruir los jirones del desgarro, de manera que se renace desde lo roto, desde el dolor al que te sobrepones.
Hace un año Valencia fue sajada hasta los tuétanos. No es posible ni acercarnos a la intemperie de quien vio, inadvertidamente, a su familia salir esa mañana a cumplir con sus rutinas por última vez. Todas las personas que fueron abandonadas a la furia del barro y la asfixia de la devastación de lo imposible, implosionaron las vidas de sus familias, de sus conocidos, de todos nosotros, incluidos sus dirigentes, nadie escapa de esta herida. Para quienes hemos perdido ya a nuestros padres, a algún amigo, a gente con la que solíamos coincidir en desvelos, en un contexto de posibilidad de la muerte, -al fin y al cabo para morirse solo hace falta estar vivo-, confrontar estos duelos requieren siempre de la necesidad de tomar una distancia, de desprendernos del hábito de la compañía, de los abrazos, hasta de los desencuentros, e ir, poco a poco colocando recuerdos, avanzando sin remedio, procurando hacer visibles los destellos de vida que nos vamos regalando, cada quien a su modo y en su intimidad.
Cuesta mucho imaginar qué habría sido de nosotros si en esos primeros meses, en ese primer año, casi a diario, nos hubiéramos tenido que enfrentar al rostro, a las declaraciones, a las mentiras y a los silencios de quien hubiera podido evitar y no atendió a sus responsabilidades, por acción o por omisión, precipitando esa pérdida de quien amábamos y que nos arrasó para siempre. Aún peor, ser testigos dolientes de la deshumanización absoluta de quien sabedor de la evidencia de estos comportamientos miserables apoya, sostiene, dilata el tiempo de la negación, como si fuera posible que cayendo las hojas del calendario se pudiera olvidar todo lo que sucedió aquel 29 de octubre de 2024. La verdadera Depresión Aislada en Niveles Altos está todavía ejerciendo sus funciones en diversos cargos públicos, la DANA sigue activa y tienen nombres propios que todos conocemos, no se puede, no se puede ser decente y esconderlos, no es cristiano, no es humano.
Igual que aquel guitarrista flamenco de la tierra del sol naciente que nunca amaneció, los seres humanos que perdieron a alguien querido en Valencia siguen abrazando la locura de sobrevivir al grito inagotable de su desgarro. Como sociedad civilizada les debemos a todos ellos, vivos y muertos, una reparación desde el acompañamiento, desde el no cuestionar las certezas de los errores personales sobradamente acreditados, desde el no justificar la vergüenza de no estar allí donde uno eligió y se comprometió a estar para salvaguardar los intereses de una comunidad. Tejer hilos dorados que muestren los recorridos de todas aquellas vidas robadas por el abandono de sus responsables es una obligación que debemos asumir todos sin fisuras.
La única enseñanza del Kintsugi reside en el recordatorio - del Latín “re-dordis”, volver a pasar por el corazón -, de que solo al abrazar nuestros errores como parte esencial de nuestra historia encontraremos la fortaleza para seguir adelante.