En los últimos meses, la ashwagandha (Withania somnifera) se ha convertido en uno de los suplementos más consumidos y recomendados en redes sociales, gimnasios y tiendas de productos “naturales”. Se le atribuyen beneficios tan variados como la mejora del sueño, la reducción del estrés y la ansiedad, el aumento de la testosterona, la regulación de la función tiroidea, la protección cardiovascular, el control del peso o incluso un efecto antienvejecimiento.
Desde una perspectiva científica, esta acumulación de supuestos beneficios debería encendernos inmediatamente una señal de alarma: en biología y medicina, pocas sustancias tienen efectos tan amplios y, cuando se les atribuyen, rara vez se sostienen con evidencia clínica sólida.
¿Qué es realmente la ashwagandha?
La ashwagandha es una planta utilizada tradicionalmente en la medicina ayurvédica. Sus principales compuestos activos son los withanólidos, un grupo heterogéneo de moléculas cuya concentración varía enormemente entre preparados. Este punto es clave: no existe un extracto estándar universal, lo que hace que comparar estudios y extrapolar resultados sea metodológicamente problemático. Dos suplementos comerciales pueden contener cantidades muy distintas de compuestos activos, aunque ambos se vendan bajo el mismo nombre.
Estrés, ansiedad y sueño: el único beneficio con algo de respaldo
Si hay un terreno donde la ashwagandha muestra cierta evidencia es en la reducción del estrés percibido y, en menor medida, en la calidad del sueño. Algunos ensayos clínicos aleatorizados han observado disminuciones modestas en los niveles de cortisol y en escalas subjetivas de ansiedad.
Sin embargo, como científico, considero imprescindible subrayar que la mayoría de estos estudios tienen tamaños muestrales reducidos (40–80 personas), duraciones cortas (6–8 semanas) y, en muchos casos, financiación vinculada a fabricantes de suplementos. Las revisiones sistemáticas coinciden en que la calidad de la evidencia es baja o, como mucho, moderada.
En ningún caso estos efectos son comparables a intervenciones con eficacia bien demostrada, como la terapia psicológica, el ejercicio físico regular o una correcta higiene del sueño.
Función tiroidea: cuando “natural” no significa seguro
Uno de los aspectos que más me preocupa del consumo indiscriminado de ashwagandha es su relación con la función tiroidea. Aunque algunos mensajes comerciales hablan de “regular la tiroides”, la realidad es que existen casos clínicos bien documentados de hipertiroidismo inducido por ashwagandha.
No hay ensayos clínicos robustos que avalen su uso en personas con alteraciones tiroideas, y sí evidencia de que puede aumentar los niveles de hormonas tiroideas. En personas con hipertiroidismo subclínico o en tratamiento con levotiroxina, su consumo podría suponer un riesgo real. Este es un buen ejemplo de cómo un suplemento “natural” puede interferir peligrosamente con sistemas endocrinos altamente regulados.
Testosterona, función sexual y rendimiento: promesas exageradas
Otro de los grandes reclamos de la ashwagandha es su supuesto efecto sobre la testosterona y la función sexual. Los estudios que muestran algún beneficio se centran principalmente en hombres con infertilidad o sometidos a altos niveles de estrés. No existen pruebas sólidas de que aumente la testosterona en población sana, ni mucho menos de que mejore el rendimiento sexual de forma generalizada.
Aquí se repite un patrón habitual en la divulgación poco rigurosa: extrapolar resultados muy específicos a toda la población.
Antiinflamatoria, cardioprotectora y “antienvejecimiento”: ciencia de laboratorio, no clínica
Gran parte de los beneficios más espectaculares atribuidos a la ashwagandha proceden de estudios in vitro o en modelos animales. Que una sustancia reduzca marcadores inflamatorios en ratones o células cultivadas no implica que prevenga infartos, envejecimiento o enfermedades crónicas en humanos.
A día de hoy, no existen ensayos clínicos amplios que demuestren beneficios cardiovasculares reales ni efectos antienvejecimiento medibles en personas.
Riesgos e interacciones
Los suplementos suelen percibirse como inocuos, pero la ashwagandha no está exenta de efectos adversos: molestias gastrointestinales, somnolencia excesiva, alteraciones hormonales e interacciones con fármacos ansiolíticos, antidepresivos, inmunosupresores o tiroideos. Además, a diferencia de los medicamentos, los suplementos no están sometidos a los mismos controles de seguridad y eficacia.
En conclusión, la ashwagandha no es un fraude ni una conspiración, pero tampoco es el suplemento milagro que se vende en muchos discursos comerciales. Sus posibles beneficios son modestos, contextuales y están lejos de justificar el entusiasmo actual. Cuando un producto promete mejorar casi todo, lo más prudente es aplicar escepticismo científico.
En salud, las modas pasan, pero las decisiones basadas en evidencia permanecen. Antes de consumir cualquier suplemento, especialmente de forma continuada, conviene informarse, desconfiar de las promesas exageradas y, si existe alguna condición médica previa, consultar con un profesional sanitario. Un vídeo comercial a través de redes sociales o un "Tiktok" compartido por un usuario que tome algún suplemento no debe jamás prevalecer frente a un criterio médico y profesional.
Referencias:
[1] Lopresti, A. L., Smith, S. J., Malvi, H., & Kodgule, R. (2019). An investigation into the stress-relieving and pharmacological actions of Withania somnifera. Medicine, 98(37), e17186.
[2] Verma, N., & Gupta, S. K. (2021). Clinical evidence of Withania somnifera in stress and anxiety: A systematic review. Journal of Herbal Medicine, 26, 100406.
[3] Björnsson, H. K., et al. (2020). Ashwagandha-induced thyrotoxicosis. Endocrine Practice, 26(3), 342–346.
[4] Tandon, N., et al. (2022). Herb-induced thyroid dysfunction: A review. Thyroid Research and Practice, 19(1), 1–6.
[5] National Center for Complementary and Integrative Health (NCCIH). (2023). Ashwagandha: What the science says.
