A finales del siglo XVI los funerales de Felipe II, “El Prudente”, generaron un gran desasosiego en nuestra sociedad. La honras fúnebres en la Catedral de Sevilla se convirtieron en un lamentable espectáculo pendenciero donde procuradores, miembros de la Inquisición, el mismo arzobispado y hasta el cabildo municipal se enzarzaron en una trifulca vergonzosa a cuenta de quiénes, entre todos ellos, merecían mayor respeto y consideración. A resultas de aquella escena, con excomuniones incluidas, un tal Cervantes decidió inmortalizar en un soneto con estrambote -lo sé, lo sé, no saben qué es un estrambote, tranquilos, ahora vamos-, una anécdota que describe, perfectamente, -en solo tres versos añadidos al final, a modo de cola, tras un soneto (exacto, eso es un estrambote)-, la esencia misma de nuestro carácter español.
Hoy 12 de octubre, Día de la Hispanidad, estos mismos versos podrían ser titulares de cualquier cabecera informativa. La actualidad y la puntería del manco de Lepanto tienen su raíz en unos de los rasgos que más nos representan como pueblo, nuestra tendencia a la bravuconería. Creemos que quien grita más acierta, y erramos.
Celebramos este día, además de la onomástica de Pilares, Pilitas, Pilucas y Marías del Pilar, el Día de la Fuerza Armadas, el Día de la Fiesta Nacional de España y el Descubrimiento de América, no me digan que no es un día grande, señalado, ejemplar, un día para congratularnos y enorgullecernos de nuestra patria, de nuestro legado y de nuestro porvenir. Sin embargo, cada año, se repite, lamentablemente, como un eco del pasado rancio y estéril, aquella necesidad de medrar nuestro júbilo en las diferencias, en las disonancias, en lo que no nos gusta de los demás. Bueno será que seamos diferentes, en la diversidad nuestra nación siempre ha mejorado, hemos podido constatar en la historia lejana y reciente de nuestro país que todo lo que nos señala como extraordinarios se ha cuajado en una mezcolanza inusual. Desde las maravillas de nuestra pluralidad lingüística, pasando por haber superado este año los 49 millones de habitantes gracias a la inmigración desde el otro lado de Atlántico y desde el otro lado del Estrecho de Gibraltar -compatriotas que generan riqueza y arraigo, que traen recetas, músicas, espiritualidades con las que todos podemos aprender, podemos mejorar-, así como habernos convertido, como listan distintos rankings internacionales, en uno de los mejores países para vivir, donde mayor es la calidad de vida, y aún así, y pese a todo, y por encima de contar con tanta belleza, tanta heterogeneidad y tanta multiplicidad de aspectos positivos, tanto potencial para la algarabía y el alborozo, seguimos, nos empeñamos, subrayamos, llamamos la atención, expandimos y dispersamos malestar, incomodidad, desaliento.
Señoras y señores que tienen a España por hogar y a la Hispanidad por territorio seguro, sean valientes, sean honestos, ¿de verdad, tan difícil les resulta disfrutarnos, sentirse orgullosos de nuestros logros? Desistan del impulso negacionista y negativista, somos una gran nación, aprendemos de nuestros errores, podemos ser mucho mejores aún, es cosa de todos no tropezar con las mismas piedras que ya nos hicieron caer en su día.
Si nos mantenemos inmóviles, caducos, se repetirá la gresca, se armará la marimorena. Que de algo nos sirva la advertencia de nuestra pluma más ilustre. No debemos convertirnos en ese “valentón” que desoye la oportunidad de un futuro esperanzador, que mira de soslayo y requiere la espada como única alternativa posible. Si no lo evitamos juntos, quizás para el próximo 12 de octubre, pasará que nos busquemos para celebrar aquello que somos y nos demos cuenta de que pudimos tener una sociedad enriquecida, ecuánime y libre, pero que cuando quisimos proponérnoslo en serio fue tarde, y no hubo nada que hacer.
Al túmulo del Rey Felipe II en Sevilla
~Miguel de Cervantes
“¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!
Porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
“Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh, gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
“Apostaré que el ánima del muerto,
por gozar de este sitio, hoy a dejado
la gloria, donde vive eternamente.”
Esto oyó un valentón y dijo: “Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.”
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.