Son las ocho de la tarde en Santigo y suena 'La Saeta', con la inmortal letra de Machado en las cabezas de muchos y la música de Serrat en otras. 'La Saeta', una de las composiciones más populares sobre la devoción y el fervor religioso, para los primeros minutos del reencuentro del Señor de La Línea, Jesús Cautivo Medinaceli, con su pueblo.
Imponente, como siempre, mayúsculo y majestuoso, su recta sombra, sobria, con sus potencias, su túnica y su pelo liso oscuro, ya se adivina al fondo de la puerta de la parroquia de Santiago Apóstol, donde se agolpan cientos, miles de personas, todo un barrio, todo el pueblo de La Línea. La cuadrilla de costaleros del paso de misterio del Medinaceli se luce tanto en el interior de su templo como en el dintel de la puerta, donde mecen a su Señor con aunténtica maestría, como si cobrase vida y andase él solo. Suena 'La Saeta', un paso al frente, derecha adelante, izquierda atrás, y ahora el himno.
Salvada la complicada salida de Santiago, todos los allí presentes rompen en júbilo, todas esas almas, las cabezas en alto, las miradas fijas, se dirigen a un solo punto, a Él. La emoción se siente, casi se toca, en cada centímetro de esta estrecha calle que siempre se queda pequeña. "Qué bonito, qué bonito va, qué bonito lo llevan", repiten una vez tras otra. Aplausos, vítores y muchas lágrimas. También plegarias desesperadas a viva voz, alto y claro delante de todos, como si así se asegurase su cumplimiento: "Por favor, por favor, por mi niña".
Se detiene el paso, "qué suerte", exclama uno, y todos los de alrededor se echan encima. Como cuando Machado pedía prestada una escalera para subir al madero y quitarle los clavos a Jesús el Nazareno, el pueblo de La Línea también quiere subirse al trono del Medinaceli, quiere fundirse con su Señor. Decenas de personas, pequeños, jóvenes y muchos mayores, algunos con dificultades, aprovechan los minutos de esta primera parada para rodear el trono de Jesús Cautivo y sentirlo más cerquita. "Pasad, pasad, ponte delante", ordena un poco el capataz a la muchedumbre que se agolpa por tocar un trozo de este trono. Por si la emoción y el sentir no fuesen suficientes, llega el primer toque del llamador y la primera levantá ya en la calle: "Esto va para todas las víctimas del cáncer". El público se rompe, explota.
La emoción, lejos de venirse abajo, va a más con la salida de la Virgen de La Trinidad, a la que su cuadrilla de costaleros mece con si más bien la acunase en brazos, con mucho cariño y ternura, como cuida un niño a su madre, como cuida una madre su niño. Bonito detalle el que lucen ambos pasos, tanto el de misterio como el de palio: un lazo verde en recuerdo y apoyo a la Hermandad de Amor y Esperanza. Cierra este cortejo, como es habitual, un mar infinito de promesas, miles de personas que nunca faltan a su cita con estas dos sagradas imágenes, Medinaceli y Trinidad, titulares de esta Hermandad de Santiago que año tras año congrega a un gran número de hermanos nazarenos y la que más fieles, devotos y promesas reúne a su paso por las calles de esta ciudad. Auténtico fervor, en mayúscula.